lunes, 25 de febrero de 2013


EXPERIENCIAS DE MUSEOS I

 Por mi vocación y mi curiosidad, en cada pueblo o ciudad que conozco, visito sus museos.
Los museos son la mejor carta de presentación de cualquier rincón del mundo porque nos permiten conocer su historia y su cultura.
 

La buena o mala experiencia en cada uno de ellos depende de muchos factores. De la amabilidad de su personal, de las facilidades idiomáticas, de la confortabilidad de sus instalaciones, de un discurso expositivo claro y de no encontrarse con aglomeraciones. Estos son a grandes rasgos, los indicadores de una grata o terrible experiencia.

Las grandes colas de gente pueden hacer que de aquél museo que tenías tantas ganas por conocer, acabe por agotarte antes de entrar. Esta situación la viví en la Capilla Sixtina y en el Musée d’Orsay, por citar algunos ejemplos. Las aglomeraciones impedían disfrutar de sus obras maestras y salías de allí con un mal sabor de boca.

Capilla Sixtina

 
Musée d'Orsay
 
En cambio, en museos sin grandes expectativas depositadas a priori, me han sorprendido mucho. Es el caso del museo Gulbenkian de Lisboa por su increíble colección y sus instalaciones o la casa natal de Goya en Fuendetodos. Un pueblo perdido en medio de la nada, cuya casa me sorprendió por su simplicidad y trajo a mi memoria la casa de mis abuelos.
Casa natal de Goya. Fuendetodos
Estos son algunos de los ejemplos, también podría citar el Monasterio del Escorial de Madrid por su discurso dirigido con claras y breves descripciones o el Neuschwanstein de Fuessen, un auténtico castillo de cuento de hadas o la casa Swarovski en Innsbruck por sus brillantes escenografías.
 


Neuschwanstein de Fuessen



Museo de Swarovski de Innsbruck




 
 
Como ejemplo de ambas experiencias a la vez, citaré el caso del Museo Cau Ferrat de Sitges. Cuando lo visité por primera vez con el colegio, sus salas me abrumaron, sus paredes repletas de obras me confundían. Con los años, y en medio de mis estudios de Historia del Arte, volví a visitarlo. Todo seguía igual, conservaba intacta la pátina del tiempo, la época del modernismo, la vida de Rusiñol, pero mi mirada había cambiado.
 
Museo Cau Ferrat de Sitges
 
Durante dos horas permanecí inmóvil ante sus obras, ¿quién me iba a decir, que con los años, acabaría conociendo todos sus rincones?.

Y es que la mirada hay que educarla, para no perder la luz de los tesoros que nos encontramos a lo largo de nuestra vida y que no aparecen citados en ninguna guía.

Visitar museos es un placer que enriquece nuestro conocimiento, y nos permite aproximarnos al arte y la cultura de los lugares que visitamos. Son experiencias que no se olvidan.

¿Y para vosotros?,  ¿Cuál ha sido vuestra mejor o peor experiencia en un museo?.

Marta Torrijos

 
 

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